Obama se enfrenta a un dilema; desde el punto de vista de la ingeniería gubernamental y la estrategia legislativa, el más importante y con mayores consecuencias de sus 20 meses como presidente: ¿cómo encarar las elecciones de medio mandato en noviembre cuando sus índices de popularidad alcanzan sus cotas más bajas y la demoscopia predice pérdidas para su partido de tales dimensiones que, de cumplirse, de facto le impedirían gobernar?
Entramos, nuevamente, en campaña electoral.
A partir de septiembre y ya de vuelta de las vacaciones, Washington y el país volverán a la brega en unas elecciones en las que estará en juego la totalidad de la Cámara de Representantes y una tercera parte del Senado. Pero, más importante aún, están en juego los pocos más de dos años que restan antes de que Obama se presente a la reelección. Es decir, la gobernabilidad y la cordura política del país —¿alguien recuerda a Newt Gingrich, Bill Clinton y aquel desastroso otoño de 1995?—.
Llegamos al arranque de esta etapa con dos grandes —y preocupantes— tendencias que marcarán el tono de la campaña y serán decisivas para determinar los resultados la noche del 2 de noviembre.
La primera: el regreso de los republicanos. El partido del elefante está de vuelta. Pisando fuerte y revitalizado con su agenda antigubernamental. Tan sólo se necesitaron dos años para que la llamada Bush fatigue se disipara y el partido hiciera un estruendoso regreso al centro del escenario político. Peor aún: vuelve de la mano de sus sectores más radicales; con una agenda extremista; y, más grave todavía, utilizando el sabotaje legislativo como principal herramienta de oposición.
En el segundo caso y de una manera que no deja de sorprenderme, llegamos a la nueva temporada electoral con un Obama tocado y alicaído —más en la percepción pública que en la realidad—. Una encuesta publicada por Reuters ayer lo cifraba así: 52% de desaprobación contra 45% de aprobación, los números más bajos desde que asumió la presidencia. Digo que me sorprende porque desde múltiples baremos y puntos de vista el primer año y medio del Gobierno puede considerarse sin lugar a dudas uno de los más productivos y exitosos en la memoria reciente. Valorado tanto desde sus logros legislativos como desde de la destreza con la que ha comenzado a sacar al país del atolladero en el que lo dejó Bush.
La preocupación principal de aquellos que desaprueban la gestión de Obama es la situación del mercado laboral y la creación de empleo. Aunque entendible, culpar a Obama en estos momentos por el esclerótico estado de la economía es como culpar a los bomberos por las secuelas del incendio.
A estas dos explicaciones principales habría que añadir una tercera que termina por completar el escenario de noviembre y que se ha convertido en una de las tendencias más consistentes de la política estadounidense de las últimas décadas: el pendular constante de los electores que se identifican como independientes. Firmemente del lado demócrata en 2008, en tan sólo dos años este segmento ha dado un giro brusco que está camino de, incluso, voltear de cabeza las mayorías en ambas Cámaras —lejos de ser una certeza, pero no imposible—.
Y esta también lo que la comentocracia llama el enthusiasm gap. Es decir, la diferencia en el nivel de entusiasmo entre los seguidores de los partidos respecto a una elección en particular. En esta ocasión, el diferencial se inclina a favor de un Partido Republicano energizado que cree viable acortar terreno y utilizar la elección de noviembre para preparar la estocada de 2012. En términos concretos esto se traduce en una mayor presencia en las urnas el día de la elección.
Así que, ¿cómo enfrentarse a este complicado escenario desde el Despacho Oval?
William Galston de la Brookings Institution invita a Obama a ser un poco más clintontiano y acercarse a las puertas del infierno: defender lo absolutamente esencial y pactar el resto. Y formula este pronóstico: tan pronto como el próximo discurso del Estado de la Unión (enero de 2011) sabremos si Obama posee la característica que cualquier estadista exitoso necesita: la habilidad para adaptarse con rapidez a los cambios constantes sin vender su alma.
El nuevo gran reto de Obama. El que tendrá que resolver en lo poco que queda del verano. Su supervivencia política depende de ello.