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Mudanza

En días recientes surgen informaciones contundentes, reiteradas y creíbles de que se prepara el primer gran rediseño de la Casa Blanca de Obama. El síntoma más concreto del golpe de timón del que hablaba la semana pasada. La elección de medio mandato de noviembre y la crisis de popularidad del presidente como coyuntura para alterar el curso. No hay opciones, lo tiene que hacer.

Apenas el lunes se publicaba una encuesta más haciendo palpable la espiral en la que se ha metido Obama con la opinión pública: el 44% de los electores dice que votaría por no reelegirlo en el cargo. Un porcentaje muy elevado que aunque no resulta escandaloso a estas alturas sí apunta hacia un serio problema de confianza entre el Gobierno y la opinión pública.

Así, la pregunta se vuelve entonces ¿qué ha hecho —o dejado de hacer— la Administración para no merecer la confianza de la ciudadanía? Es justo allí donde se complican y bifurcan las respuestas. Todo depende a quién se le pregunte. Y, lo cierto es que, al final de cuentas, el grueso del descontento se centra en la incertidumbre económica.

Obama sabe que tiene un problema, pero no sabe exactamente cuál. Difícil hurgar en los poco menos de dos años de Gobierno y encontrar temas en los que se le pueda culpar por omisiones o meteduras de pata serias. Dos grandes reformas legislativas aprobadas en el Congreso —la sanitaria y la financiera—; una reacción decisiva a una crisis económica heredada; un cambio de rumbo contundente en una política exterior errática que tenía al país a la deriva; y un rosario de otras acciones de menos peso que en poco tiempo han vuelto a poner al país de pie y camino de sentar las bases de la recuperación —las bases, sólo las bases—.

A manera de paréntesis y en pos de matizar este argumento, el único error serio que se le podría atribuir a la administración a estas alturas —y aun así es un tema debatible— es el que con insistencia machaca Paul Krugman: no se calibro bien la cifra del estímulo económico del invierno del año pasado. Los 787.000 millones que se inyectaron a la economía jamás serían suficientes para impulsar una recuperación duradera, desde entonces advirtió el economista de Princeton. Se necesitaba, al menos, sobrepasar el billón de dólares.  Y, parece, el tiempo y desarrollo de los acontecimientos le están dando, una vez más, la razón (en términos proporcionales al tamaño de la economía, el Reino Unido invirtió el doble).

Así que, ¿qué hacer?

Una de las pocas cosas de las que Obama puede tirar en estos momentos: remodelar su entorno más cercano. En concreto, dos puestos clave, ambos esenciales para la operación política de la Casa Blanca.

En primer término, Rahm Emanuel, jefe de Gabinete y el personaje que ha llevado el día a día del Gobierno desde el comienzo —en ocasiones, el puesto se compara con el de un primer ministro en un sistema parlamentario—. Emanuel fue una apuesta personal de Obama que tenía el objetivo de ser la correa de transmisión entre la Casa Blanca y el Congreso; engrasar la relación y asegurarse de que los deseos del presidente se convirtieran en una agenda accionable en Capitol Hill. Por ahora resulta difícil valorar con certeza el desempeño de Emanuel. Aunque se lograron las dos victorias legislativas mencionadas —en gran parte por sus maniobras y conocimiento profundo del proceso—, la relación entre Obama, su partido y el Congreso no ha fluido como debería —especialmente grave si tomamos en cuenta la doble mayoría con la que ha contado hasta ahora—.

Todo indica que el operador político se va por el desgaste natural del cargo y una oportunidad política demasiado buena para dejar pasar: la alcaldía de Chicago, que quedará desocupada por primera vez desde 1989.

El segundo cambio, menos cierto que el primero, es el de David Axelrod, el asesor en jefe del presidente. Otro político proveniente de la Windy City que cita como razón de su partida las promesas a su esposa. Axelrod se irá probablemente el año que viene sí, en parte, porque ha llegado al final de su ciclo, pero también porque, desde la comodidad de casa, comenzará a dibujar la estrategia de la reelección de Obama.

La importancia de ambos relevos radica, sobre todo, en la oportunidad que se abre para que lleguen nuevas personas y nuevas ideas a la Casa Blanca; para que se intente, desde ángulos distintos, vender la agenda de un presidente al que se le eligió por su capacidad de transformación.

La economía, coinciden los expertos, está encaminada en un ciclo de recuperación largo que llevará entre cinco y siete años surgir sus efectos y purgar las cuentas. Mientras tanto y en paralelo, Obama tendrá que encontrar cómo reinventar su presidencia. Se llama adaptabilidad.


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