Los libertarios están de vuelta. Y, según números de encuestas recientes, pisan con fuerza.
Aunque han estado allí desde siempre, con las mismas ideas, con cifras similares de aprobación y con relativamente poca capacidad de influenciar en el juego de partidos, la coyuntura actual tiene algunas características distintas que llaman a detenernos y hablar de este grupo como factor disruptivo en las presidenciales del año que viene.
El libertarismo no es otra cosa que una visión moral de la libertad llevada al plano político. De cómo se estructura una sociedad al papel del Estado. Sus posiciones abarcan un amplio espectro y, en resumen, se caracterizan por intentar eliminar todo aquello que en su opinión límite la libertad individual. Menos regulación, menos competencias estatales, por supuesto menos impuestos y así un sinfín de temas más en los que para ellos la receta es simple. No importan las coyunturas, las demostraciones empíricas o el contexto.
Aunque esta filosofía tiene adeptos mucho más allá de las fronteras de Estados Unidos, ha sido aquí donde se ha desarrollado con más fuerza y convertido en un movimiento con aspiraciones políticas serias. De los Ross Perot en la década de los años noventa a los Paul Ryan de ahora —que aboga, entre otras cosas, por eliminar la Reserva Federal y recuperar el patrón oro—.
El tema ahora es el confuso ambiente en el que nos encontramos al comienzo de la carrera de 2012. Los Republicanos no solo han sido incapaces de perfilar una agenda de gobierno alternativa, tampoco han logrado presentar candidaturas frescas y claramente diferenciadas que motiven a los votantes independientes. Del lado Demócrata los éxitos de la Administración Obama siguen lastrados por una economía débil y un mercado laboral estancado. La buena gestión económica del Gobierno no logra del todo ser aceptada por los electores debido a estas dos razones. ¿El resultado?, un 60% de las personas opinan que el país no va en la dirección correcta. Aunque nadie sabe explicar claramente por qué o en qué dirección debería hacerlo.
Es en este vacío donde tiene lugar no solo la vuelta de los libertarios pero, en potencia, una candidatura presidencial fuerte que pudiera desequilibrar el proceso de 2012.
En una encuesta reciente de CNN en la que la cadena preguntaba por el papel del Gobierno en la resolución de temas económicos y el tipo de valores sociales que debe promover, las respuestas libertarias se dispararon hasta alcanzar su máximo nivel de las últimas dos décadas.
Las nuevas cifras contrastan con 20 años de estabilidad en los números que ahora han saltado y apuntan en principio hacia una reconfiguración en su influencia en las urnas.
Medir su impacto con precisión es difícil por ahora. Los libertarios no son —aunque algunos pertenecen— Republicanos. Se encuentran más lejos aún de posiciones Demócratas —aunque con frecuencia votantes desencantados de este partido terminan formando parte de algún grupo o subgrupo libertario; David Mamet, el dramaturgo y reconocido guionista es el caso más reciente—. Así que, ¿cómo impactarán en la campaña electoral?
Todo depende de si se configura una candidatura presidencial en torno al grupo. De si, como en 1992 o en 2000, un tercer candidato irrumpe en escena y logra modificar sustancialmente el equilibrio bipartidista.
La presión, en definitiva, está en el campo de Obama. Para evitar un sorpresa e impedir una desbandada importante tendrá pronto que encontrar una fórmula inteligente no solo de defender su gestión económica, pero de impedir que la elección se convierta en un referéndum sobre la conveniencia de la intervención del Gobierno en la economía. El campo, el único, al que sus rivales intentarán llevar el debate.